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CARLOS MANRIQUE

Bienvenido

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Soy Carlos Man­rique, pintor venezolano. He logrado reconocimien­to en los medios del arte alemán y he partici­pado en numerosas exposiciones colectivas y algunas individuales en salones privados, universidades y otras instituciones. En lo que se puede considerar la conclusión de un largo trabajo de preparación fui invitado para una gran exposición in­dividual, con retrospectiva de mi obra realizada en el período de 1980.

l.a invitación fue del Musco de Bochum, una de las más importantes instituciones de arte de Alemania,  que me ofreció varias salas con más de 500 metros cuadrados para mostrar dibujos, grabados, pinturas en varias técnicas, realizadas en las difíci­les condiciones propias de un joven artista que vino a estudiar a Europa sin beca ni apoyo oficial alguno.

Expuse trabajos que se avecinan a la Nouvelle Realité y oíros donde el fondo es plano y se ins­criben figuras, líneas que recuerdan la escritura y los ídolos indígenas.

Aquella retrospectiva en Bochum, (1992) fue itinerante, tuvo un catá­logo de cien páginas con trabajos de de crítica de Peter Spielmann, Sepp Hiekisch-Picard y Peran Erminy y re­producciones en color. Aquello fue un paso importante en mi carrera.


Los inicios

Empecé en 1967 en !a Escuela Cristóbal Rojas, hasta 1971, con pro­fesores como Zapata, Régulo Pérez, Alirio Rodríguez, Luis Guevara Mo­reno, Vásquez Brito, Pedro Briceño. Estudié con ellos el dibujo, la pintura, la historia del arte venezolano y uni­versal. Los maestros eran muy califi­cados y se trabajaba bien. Trabajé el volumen y la figura con Alirio Rodríguez y Régulo. Salía todas las sema­nas, dos o tres días, a pintar en el Ávila, a pleno sol. Recuerdo cosas positi­vas, como la discusión sobre la vida y la obra de creadores importantes, como Lautreamont, Van Gohg, leí sus cartas. Y revisaba los teóricos políticos como Bakunin, Proudon, La política, principalmente, es impor­tante en el ser humano y en un artista es esencial para mantenerlo dentro de la realidad social en la cual debe reali­zar su obra.

Luego vino la aventura eu­ropea. Llegue a Italia, donde no en­contré a la gente que me había invitado, porque me vine en verano y se habían ido de vacaciones. Viajé a Sttutgart y estaba allí sin conocer a nadie y sin saber qué hacer, en una plaza, cuando llegó una muchacha y comenzó a sonar un cuatro y a cantar música del llano, pasajes, joropos, un seis por derecho. Era Giselle, la es­posa de Alejandro Plaza Colina. Me uní a ellos, tocando maracas y tam­bor, anduvimos por Dusseldorf, Co­lonia, Tubingen, Munich y otras ciudades tocando esa música, que gus­ta mucho aquí. Eso me ayudó en todos los sentidos.

La sobrevivencia seguía su rumbo hasta que llegue a Colonia donde tuve que limpiar subterráneos, ayudar en un restaurante argentino, y en un res­taurante de andaluces. Entonces comenzó un período en el cual pude exponer mis trabajos en universidades e iniciar en Colonia una vida de artista.

Si hablo de mi evolución en la pintura, diré  que comencé con un trazo de nueva figuración, pero realista, con líneas muy puras, siguiendo en la modulación de la línea a maestros como Laulrec, Cezanne. Con el paso del tiempo y la reflexión esa línea ha perdido en este­ticismo, se ha decantado y en cierta forma desgastado y deformado. La visión interna me aleja de la perfec­ción.

La meditación ante la tela y el papel me han llevado a rechazar la perspectiva, la figura cerrada, los volúmenes definidos. Antes utilizaba medios fotográficos, ambientes escenográficos, pero luego pasé a un trabajo espontáneo de pintor, llegando directamente a la tela, sin boceto y para una figura  más directa y fresca para el hallazgo y la creación.

Algunos han visto en cuadros míos donde se da el fondo sin profundidad ni formas que se integren a los primeros planos, donde además se inscriben elementos lineales, figuras de la pintura rupestre americana, petroglifos y otras figuraciones de nuestros indios, yo diría que es tal vez el elemento nostálgico, un cierto receonocimiento de mi ser latinoamcricano a pesar de que no considero que tiene que ser necesariamente un camino obligado. La lejanía se impone y subsiste mediante el recuerdo. Hay un cuadro de Régulo, ganó el Premio Nacional, era, si no me olvido, El perro cazador, que Zapata comentó con genio y gracia en una caricatura; hay un cuadro de Jacobo que vi cuando era estudiante en el Bellas Artes y ahora creo que está en el Museo de Arte contemporáneo que me recuerda al neoexpresionismo alemán y da una idea de la formación universal y los alcances de Jacobo. Un pintor universal que siempre tengo presente es Cruz Diez; y están presentes Alejandro Otero y sus cafeteras y coloritmos, que son testimonios de su calidad de pintor y de investigador. Recuerdo trabajos de Alirio Rodríguez, de Manuel Espinoza, de Quintana Castillo, Alirio Palacios, Guevara Moreno y de otros pintores de generaciones más recientes, de gran valía.

En 1999 mostré Tambores und geister en el Stadtmuseum Siegburg, Rheinlandia Verlag, con un estudio introductorio de Sepp Hiekisch-Picard.  Actualmente dos obras mías están en la colección del Banco Central de Venezuela; Tamanaco, 1998, acrílico/tela, 230 x 240 cm. y Tambores y cajón, acrílico, madera y tela 119 x 113 cm. x 2 cm.

Mi obra Menschenstadt ha sido colocada como ilustración de portada del libro Rajatabla, (2012) de Luis Britto García, Premio Casa de las Américas, La máscara (PONER CARLOS LA FECHA, ilustración de portada del libro Sólo las medias de seda, de Lourdes Manrique, Editorial Monte Ávila latinoamericana, y   Der Anführer (1985)   en La Conjura sin tregua, de Lourdes Manrique, editorial Casa de las letras Andrés Bello, Venezuela.

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